EL PODER DE LAS PALABRAS


Probablemente, como argumentan algunos expertos, el impacto de Internet y las TICs en la economía no es comparable, de momento, al que tuvieron las grandes revoluciones industriales del pasado. Sin embargo, hay síntomas evidentes que demuestran, más allá de la economía, que el mundo está cambiando de forma rápida e irreversible impulsado por esta revolución tecnológica.

En Estados Unidos, un grupo de foreros está poniendo en jaque a los poderosos fondos que operan en Wall Street por su apuesta a la baja contra GameStop, y este fenómeno es uno de esos síntomas. David frente a Goliat.

Internet y las TICs hacen esto posible. La información puede circular en tiempo real por todo el planeta sin que nadie la pueda parar, poniendo fin al oligopolio que detentaban estados, grandes corporaciones e instituciones, medios de comunicación, productoras, editoriales o partidos políticos.

En unos pocos clics, cientos de millones de ciudadanos pueden acceder a múltiples versiones alternativas de una misma realidad, posibilidad que hasta hace muy poco estaba bastante limitada. Lo estamos comprobando con el auge de las fake news, pero también con el resurgimiento de propuestas políticas populistas que tienen la posibilidad de amplificar sus relatos para que lleguen a importantes capas de la población y competir con aquellos que se consideraban hegemónicos.

Muchas de estas ideas ya existían, de una u otra forma, antes de esta revolución tecnológica y siempre ha habido personas dispuestas a escucharlas y creerlas. Al fin y al cabo, el pensamiento mágico ha acompañado al ser humano desde que el hombre es hombre. Sin embargo, el eco que ha obtenido una fake news como la del fraude electoral en Estados Unidos y la gravedad de sus consecuencias – el asalto al Capitolio -, han hecho saltar todas las alarmas.

Algunos analistas han señalado que las redes sociales son causantes, en gran medida, de esta situación. Realmente ¿esto es así?. Si lo fuera, sería como responsabilizar a la imprenta de todas las revoluciones o involuciones que ocurrieron tras su invención.

Lo cierto es que las palabras las escriben los hombres, por lo que, a mi entender, la vía por la que propuestas populistas, hasta ahora marginales, están consiguiendo apoyos considerables es la pérdida de credibilidad de las opciones que han ocupado el espacio político de forma hegemónica, como son los partidos políticos tradicionales del occidente desarrollado. No podemos olvidar que el auge de los populismos ha estado asociado en el pasado a situaciones de crisis o declive.

La globalización de la economía, la crisis financiera de 2007, los grandes movimientos migratorios y, ahora, la crisis provocada por la pandemia de la Covid, están causando cambios muy profundos que han puesto en cuestión el status y las expectativas de progreso de amplias capas de la población, generando miedo, insatisfacción e inquietud.

Es ahí donde radica la cuestión. La incapacidad de opciones ideológicas de centro derecha o centro izquierda tradicionales para explicar y dar soluciones creíbles a las inquietudes, enfados o miedos de muchos votantes, y la habilidad de las formaciones políticas populistas para analizar y utilizar esta situación, identificando las propuestas moderadas como una parte del problema y no como una solución.

El populismo podría estar librando la batalla por la hegemonía del relato sin que, de momento, las fuerzas moderadas estén encontrando el antídoto para combatirlo. En España, podemos observar como la aparición y auge de VOX ha provocado el pánico en las filas del Partido Popular, que no acaba de salir de su desconcierto.

También podemos ver como los medios conservadores radicales jalean estos relatos alternativos, conscientes de que las redes sociales y el desasosiego de muchas personas por un futuro incierto les pueden hacer gran parte del trabajo frente a la parálisis de una derecha moderada incapaz de plantear, de forma tajante, una propuesta alternativa.

La izquierda también tiene mucho que aprender. La clase media y trabajadora se disuelve como un azucarillo y es presa fácil de opciones populistas a las que no basta combatir desde la descalificación.

Por mucho que creamos que tensionar al electorado puede garantizarnos el apoyo en las urnas, esto solo retroalimentaran un bucle que favorece al extremismo. Muy al contrario, lo que debemos hacer es ganar la guerra cultural o, si lo prefieren, la guerra por la hegemonía del relato.

Y para ganar tenemos que conocer y comprender las razones, miedos e inquietudes de los ciudadanos que valoran votar al populismo, para luego aportarles explicaciones de la realidad y soluciones que les resulten creíbles desde los marcos de comunicación progresistas.

No debemos perder de vista que otro síntoma de los profundos cambios que se están operando en el mundo es que los ciudadanos son cada día más conscientes de su poder. Esto lo han entendido bien las grandes empresas, que saben que los comentarios negativos de los clientes sobre sus productos pueden generar un daño en la reputación difícil de reparar.

El votante está asumiendo el control. No se trata, por tanto, que digamos “estos son los problemas y estas las soluciones, porque es lo que dice mi manual ideológico”, sino que debemos conocer las inquietudes, actitudes y necesidades reales de los ciudadanos, y proponer soluciones que les aporten un valor real.

La izquierda tiene que escuchar más al elector, que es quien decidirá si una propuesta le resulta útil o no, pero también debe conectar más con sus emociones, ya que en la mayoría de los casos son estas las que finalmente decidirán el voto y no solo la razón. La formar de comunicarnos es fundamental y la palabra es el arma más poderosa que poseemos.

En la película “El instante más oscuro”, cuando Churchill es aclamado después de pronunciar su famoso discurso de “… combatiremos en las playas…”, alguien pregunta qué es lo que ha pasado y Lord Halifax responde: “ha movilizado a la lengua inglesa para enviarla a combatir”. Movilicemos, pues, la palabra y enviémosla a combatir al populismo.

Aunque algunos conflictos sociales y económicos que existen en la actualidad vienen de lejos, las respuestas que las ideologías tradicionales aportan en estos momentos son ineficaces, cuando no conformistas, y pueden ser combatidas con un cierto éxito por los relatos populistas alternativos que se expanden como la espuma por Internet.

Para la izquierda es hora de poner en duda los dogmas y de volver a conectar con el ciudadano. Es hora de que nos entiendan y que realmente los entendamos. Es hora de que sientan que no somos parte de sus problemas, sino su mejor solución.

Cuando Pedro Sánchez dijo que la Unión Europea tenía que dar una respuesta a la actual crisis que estuviese a la altura del desafío y del momento histórico, creo que era plenamente consciente de que los ciudadanos acabarían por desconectar si se volvía a fallar. Por eso pidió que se rompiese con los viejos dogmas y alumbrásemos un nuevo futuro. En ello estamos.

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