LA DEMOCRACIA SIEMPRE ES ACUERDO


¿Existe una única forma de entender la democracia? La lógica y la experiencia indica que no.

Están quienes piensan que, una vez se ha votado, la única opinión que importa es la de la mayoría que ha ganado. En consecuencia, la voz de quienes han perdido debe quedar acallada o, incluso, denostada. Cuando un populista dice que es demócrata, se está refiriendo a esto.

El populismo entiende siempre la democracia como un conflicto en el cual las diversas opiniones son excluyentes entre sí. Por eso, cuando ejercen el poder, practican la estrategia de la cancelación, es decir, señalar y culpabilizar a quienes discrepan. Es lo que podríamos denominar “democracia iliberal”, que muchas veces es una autocracia disfrazada.

También estamos quienes entendemos la democracia como acuerdo. Es decir, la mayoría debe tener en cuenta los puntos de vista de las minorías para conformar una acción política integradora que genere consensos duraderos en el tiempo.

Se denomina “democracia liberal”, que no es otra cosa que el respeto a los que opinan diferente y el fomento de la convivencia en la diversidad, valores sobre los que hemos construido la Unión Europea y los estados que la forman.

Tener claro estas diferencias no tiene una importancia menor, ya que entre los puntos que tienen en común los movimientos populistas, críticos con las democracias liberales, está la afirmación de que la ciencia está al servicio de las élites o la tentación de construir relatos alternativos que no tienen un sustento en la realidad. Lo hemos visto cuando se ha dicho que la pandemia de la Covid-19 ha sido creada por las élites gobernantes para controlarnos, o con el trumpismo y su teoría del fraude electoral.

En este marco, me gustaría señalar una cuestión que, desde mi punto de vista, es aún más trascendente, ya que hay fuerzas políticas que dicen defender la democracia liberal pero que la debilitan paulatinamente desde el interior.

Me refiero a los que impulsan una agenda política basada en la colisión entre identidades. Los movimientos identitarios utilizan la religión, la nación o la raza, para cohesionar grupos sociales y enfrentarlos a los que consideran u opinan diferente. Se mueven bien en situaciones de conflicto, en las que una identidad niega a la otras, obligando a los ciudadanos a elegir. Si eres A, tienes que estar en contra de B. El resultado final de esta política es una democracia anclada en el enfrentamiento, donde la mayoría impone a las minorías, y el objetivo es silenciar a todo aquel que no es, opina o vive como tú.

Del nacionalismo excluyente cabe esperar este comportamiento. Pero sorprende de una fuerza política como el Partido Popular, al que se le supone defensor de la democracia y de la tradición liberal.

Hoy en día, el Partido Popular está instalado en la negación de todo aquello que no responde a sus postulados ideológicos. Su negativa a apoyar medidas sociales para los más pobres, su bloqueo a la renovación del Poder Judicial o del Constitucional, su nacionalismo centralista excluyente, su negativa a reconocer la legitimidad del Gobierno de España, sus políticas para el desmantelamiento del estado del bienestar o de los servicios públicos, o su continua búsqueda de excusas para no alcanzar el más mínimo consenso, dibujan una fuerza política alejada de valores de la democracia liberal como son la primacía del acuerdo, la convivencia social y el respeto a la diversidad.

También sorprende que determinadas personas, que se autodenominan progresistas, hagan bandera de teorías que beben de postulados utilizados para combatir los valores de las democracias liberales.

Negar la realidad biológica de la existencia del hombre y la mujer, y decir que esta idea es fruto de una conspiración de las élites para imponer una visión blanca y heterosexual de la sociedad, es pretender crear una realidad alternativa que niega la evidencia científica: las diferencias genéticas entre los dos sexos. Sobre todo, cuando es precisamente esta diferencia, en la biología de uno y otro sexo, la que ha sido utilizada para discriminar a la mujer.

Por eso, no alcanzo a comprender que determinadas personas teóricamente progresistas, que como yo están en contra de todo tipo de discriminación y, en particular, de la discriminación por razón de sexo o de identidad de género, quieran “borrar” al sexo femenino y, en consecuencia, hacer invisibles a las mujeres.

Creo que para defender los derechos de un colectivo concreto, no se puede negar a más de la mitad de la población, menos aún intentar silenciarla. Estos autodenominados progresistas deberían entender que con su postura están dando alas a un modelo de democracia iliberal.

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