UN PORTAZO A LA DESINFORMACION


Yo soy de las que piensan que, para vencer a los populismos y la desinformación, la censura o la simple critica no son suficientes, sino que debemos perder el pudor con el que, en demasiadas ocasiones, queremos combatirlos.

En unos momentos en los que vivimos con un cierto asombro y bastante impotencia el auge del populismo, de los bulos, de las ideas conspiranoicas y de la desinformación, no se nos puede olvidar una cuestión importante: este auge es debido a que hay personas dispuestas a comprar estas ideas, sean ciertas o no. Porque pensar que únicamente existe una población inocente que es engañada por los medios de donde surgen estas ideas o informaciones es pura ingenuidad.

Entre las múltiples razones que pueden llevar a una persona a comprar estas ideas e informaciones me gustaría destacar dos. La primera es el sesgo que todos tenemos a la hora de acceder a la información. Tendemos a prestar atención y dar credibilidad a las fuentes que coinciden con nuestro marco ideológico y de valores, con poco o ningún filtro.

La segunda responde a nuestras incertidumbres o miedos y, por tanto, a nuestras expectativas. Cuando los agentes sociales tradicionales, como los partidos políticos, defraudan nuestras expectativas o no son capaces de conectar con nuestras emociones más potentes pueden aparecer otros actores que los sustituyan.

Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y, en particular, las redes sociales han propiciado que los mensajes lleguen más rápido y alcancen a más personas. Pero sin una audiencia predispuesta, la desinformación, los bulos, las teorías conspiranoicas o las ideas populistas no tendrían el eco que están alcanzando.

La globalización de la economía y las consecuencias que ha tenido en la clase media y trabajadores de occidente, sumada a las consecuencias de la gran recesión que comenzó en 2007, a la pandemia de la Covid19 y a la crisis energética e inflacionaria provocada por la invasión de Ucrania, son combustibles que alimentan la receptividad de la ciudadanía a cuestiones que hasta ahora estaban proscritas.

El surgimiento de nuevas potencias políticas y económicas con regímenes iliberales o directamente autoritarios ponen en duda la capacidad de las democracias liberales para competir de forma eficaz con ellas.

Y, por último, la desfachatez ausente de culpa con la que lideres y movimientos populistas defienden sus marcos ideológicos está consiguiendo que se normalicen sus ideas, desconectándolas de las consecuencias que tuvieron en el pasado, que desaparezcan los prejuicios y que una parte de la ciudadanía haya descartado los reparos que hasta ahora existían para aceptar o apoyar determinados planteamientos radicales.

La izquierda, hasta ahora, se ha visto superada por estos fenómenos y se muestra bastante ineficaz, con alguna excepción. Las respuestas más generalizadas son la denuncia o la cancelación, aunque estas no atacan la verdadera raíz del problema. Yo creo que incluso lo agravan.

Según el “Estudio de Redes Sociales 2024” elaborado por IAB Spain, unos siete millones y medio de personas usan a diario Twitter en España. No sé cuántos de ellos son seguidores de Elon Musk o consumen tweets relacionados con las cuestiones que hemos mencionado. Seguramente no son el 100%.

Ahora bien, cuando los medios de comunicación o los partidos políticos difunden, de forma crítica o no, lo que dicen estas personas u organizaciones, amplían enormemente la audiencia a la que llegan los mensajes, haciéndolos visibles para nuevas personas dispuestas a darles credibilidad, apoyarlos o divulgarlos. Esto lo sabe Elon.

Por tanto, a mi entender, quedarse en la crítica, en la denuncia o, incluso en la cancelación, no nos va a sacar del atolladero. Creo que las fuerzas políticas tradicionales tienen que esforzarse por recuperar la confianza de aquellas capas de la población que han visto defraudada sus expectativas.

Sin entrar en mucho detalle, apunto algunas acciones para conseguirlo, consciente de que ya son objeto de debate público. En primer lugar, con la puesta en práctica de políticas que solucionen de forma eficaz los problemas reales de las personas, generando además un marco de comunicación que conecte con sus emociones y dé respuesta a sus incertidumbres en este ámbito.

Se trata, no solo de competir con un relato y unas propuestas que sean más atractivas que la que proponen los populismos, sino de ser creíbles ante la ciudadanía convirtiendo esas ideas en realidades tangibles. Hay que abandonar nuestra zona de confort y ser disruptivos.

En segundo lugar, fomentado e impulsando el espíritu crítico en la ciudadanía, especialmente entre los jóvenes, proporcionándoles las herramientas necesarias para analizar objetivamente la información que reciben o buscan, o la veracidad de las fuentes. Para ello habría que empezar a actuar desde el sistema educativo.

En tercer lugar, combatiendo la desinformación y los bulos desde el punto de vista penal, tipificándolos como delitos. Esta propuesta provoca rasgaduras de vestiduras, ya que hay actores sociales que están dispuestos a sacrificar la verdad en el altar de la libertad de expresión y la libertad de información simplemente porque les interesa para ganar el poder sin tener en cuenta las consecuencias.

Pero estas libertades, como muchas libertades, no se pueden ejercer sin límites y, por tanto, en estos casos de bulos y desinformaciones, creo que hay que anteponer el bien común frente al privado.

Para mí, el bien común es vivir en una sociedad informada de la forma más objetiva y veraz posible, sin bulos y desinformaciones, y con capacidad de análisis crítico. Y lo planteo sin ningún tipo de reparo, porque no podemos permitir que unos pocos utilicen las libertades que tanto esfuerzo han costado conseguir para someternos a su exclusiva voluntad.

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